Tener cariño por el país donde has nacido, en el que quizás vivas, trabajes, parece un sentimiento normal. Para la mayoría de las personas – no es ese mi caso- , ese país es además el país de sus padres, de sus abuelos, de sus ancestros. Querer que a ese país le vaya bien también es un sentimiento normal. No creo que sea un sentimiento necesariamente loable. Es, sin duda, un sentimiento legítimo y, por supuesto, legal. De hecho, dudo que algún sentimiento no lo sea.
Dado que es normal que sintamos cariño, amor por ese país también es normal que sintamos esa misma proporción de amor por sus símbolos: su bandera, su himno, su equipo de fútbol, su equipo de hockey sobre hierba, su… lo que sea. Es también normal que ese sentimiento de cariño y amor nos haga sentirnos orgullosos de nuestro país, de nuestras gentes en contraposición con el resto del mundo. ¡Como mi país no hay ninguno! ¡Los del otro país son unos chauvinistas, amargados,…! ¡Como en mi país se come como en ninguna otra parte del mundo! ¡Las gentes de mi país somos los mejores!
Lo que quizás no sea tan normal es que olvidemos que la condición de haber nacido en uno u otro lugar es una cuestión aleatoria. Podríamos haber nacido en otro país y blandir con la misma fuerza la bandera y exacerbar la pasión, el orgullo de haber nacido en ese lugar en contraposición con el lugar de donde ahora somos. Así, el Sr. Pepe que hoy atrona a todos sus amigos y vecinos con el sentimiento patrio español, si fuera Joseph vociferaría su patriotismo inglés, si fuera Matu haría lo propio con el de Kenia, o Ahmad si hubiera nacido en Siria.
Haber nacido en España no le hace a nadie más inteligente, sino más afortunado que si hubiera nacido en un país con menos oportunidades, menos Sol, menos turismo, menos estado del bienestar, peor medicina, educación, con menos seguridad, con restricciones de agua, sin alimentos. Hay muchos países con menos, con mucho menos que lo que hay en España. Los españoles debiéramos estar agradecidos, en general, por esa afortunada circunstancia.
Creo que muchos españoles, quizás la mayoría, nos sentimos bien – incluso felices- ondeando nuestra bandera, escuchando nuestro himno. Nos gusta la tortilla de patatas, nuestro humor, la fabada asturiana, nuestra paella, incluso nuestra ridícula manía de criticarnos a nosotros mismos.
Con lo que yo particularmente no me siento a gusto es con quien patrimonializa la tortilla de patatas, la bandera, nuestro peculiar carácter en beneficio de una ideología. Esos están intentándonos hacer creer que solo a una parte de la población le gusta realmente lo español y que el resto son (o somos) una panda de apátridas sin opinión válida porque no coincide con la suya.
Con lo que yo particularmente me siento a disgusto es con todos aquellos que son matrícula de honor en patriotismo pero sacan un muy deficiente en humanismo. Me disgustan aquellos que consideran que haber nacido en España les da derecho a repeler al distinto, al que no tiene nada. Me siento a disgusto, aborrezco a aquellos que olvidan la miseria de otros pueblos, ignoran el hambre en el mundo. Me disgustan aquellos que tienen pero que no son y que siguen ambicionando tener más aunque vayan camino de no ser nadie.
Me gusta escuchar, conversar con todos, tanto con los que me siento a gusto como con aquellos con los que estoy a disgusto, incluso a los que aborrezco. Quiero intentar convencerles sin imponerles. Entender sus motivaciones y pedirles que me escuchen, que me atiendan, que nos respetemos.
Con todos ellas y ellos me sentaría a gritar bien fuerte ¡Viva España! ¡Viva el mundo!
¡Viva el Partido del Sentido Común!