La mayoría de las madres y padres nos sentimos, inicialmente, contentos e incluso orgullosos cuando nuestros hijos son obedientes. La pregunta del psicólogo Antonio Ortuño “¿Quieres que tu hijo sea obediente a los 25 años o preferirías que fuera responsable?” nos hace cambiar inmediatamente de opinión.
Nosotros queremos hijos responsables, no obedientes, nos decimos una vez que reflexionamos al respecto. En cambio, educamos – frecuentemente – a nuestros hijos para que sean obedientes. Es más cómodo educar para la obediencia que no para la responsabilidad, no es necesario pensar tanto.
Amigos del Partido del sentido común: tenemos políticos obedientes pero que son una panda de irresponsables. Eso nos hace mucho daño.
El diputado medio es muy obediente. Cumple con los dictados de su partido, no discrepa, repite con asombrosa y vergonzosa disciplina los argumentos que se le dice, incluso si estos son contradictorios entre sí en un lapso de tiempo muy corto. Un diputado medio observa el descalabro moral, la falta de cumplimiento de propósito de su propia función y es incapaz de alzar la voz contra quienes le exigen obediencia. Este panorama se acentúa si su señoría (¡qué impropio hacerse llamar así!) se encuentra acurrucado en la comodidad de una casa (partido) grande donde debatir es sinónimo de incomodar que su vez conjuga con el concepto “no vuelves a las listas”. Por ello solo es posible encontrar algo de aire de sentido común en diputados de partido más pequeños como Ana Oramas, Aitor Esteban, Tomás Guitarte y pocos más.
Upton Sinclair escribió “Es difícil hacer entender la verdad a alguien cuyo salario depende de no entenderla”. Los despreciables diputados no quieren conocer la verdad, no quieren reconocer sus miserias porque su salario depende de no entenderlas.
La consecuencia de tanta obediencia es una gigantesca y dañina irresponsabilidad. Un político responsable hace lo posible para que nosotros, sus administrados, vivamos mejor por cuidar de los recursos de todos, propiciar una convivencia agradable entre los ciudadanos. Un diputado medio tiene el encargo de su partido de destrozar al adversario, de ganarse algunos minutos en los medios de comunicación. “La democracia es solo un reglamento de un sistema tan despiadado como cualquier otro” escribió Eduardo Mendoza en su libro Qué está pasando en Cataluña. Es verdad, el reglamento – la democracia- puede llegar a ser un sistema despiadado porque es protagonizado por seres obedientes, irresponsables e indeseables.
Busquemos urgentemente un líder para el Partido del Sentido Común.
¡Viva el Partido del Sentido Común!